Colmillos de elefante, lana de vicuña, aletas de tiburón o cerezo africano. El tráfico ilegal de plantas y animales empuja a la extinción de muchas especies y genera un negocio de 20.000 millones de dólares, impulsado por la avaricia de los criminales y la indiferencia de autoridades y ciudadanía.
Las cifras son catastróficas. Entre 2010 y 2014, los cazadores furtivos mataron a unos 100.000 elefantes africanos para robar su marfil. El año pasado, 1.215 rinocerontes murieron por su cuerno. En un solo alijo en Ecuador, se decomisaron a finales de mayo 200.000 aletas de tiburón.
“Diría que esto está impulsado por tres características humanas: avaricia, indiferencia e ignorancia”, lamenta a Efe John Scanlon, secretario general de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites).
Desde hace 40 años, este acuerdo internacional vinculante vigila que el comercio de plantas y animales no ponga en riesgo su supervivencia.
“La caza y el tráfico ilegal empobrece a las comunidades locales, porque el dinero sólo va a unos pocos”, dice el directivo de Cites, que define al dinero rápido que trae a las comunidades estas prácticas como “matar a la gallina de los huevos de oro”.
Por contra, en países como Tanzania o Kenia el 10 por ciento del PIB viene del turismo de naturaleza, una riqueza más sostenible pero que se ve amenaza por la caza furtiva.
“Gabón quiere desarrollar una industria turística, pero ha perdido el 60 por ciento de sus rinocerontes en los últimos 10 años”, lamenta.
Scanlon apuesta por el comercio sostenible, como el de la lana de la vicuña en los Andes, que involucre y enriquezca a la población local como alternativa. Pero la batalla contra el tráfico ilegal no puede centrarse sólo en las zonas donde se mata a los animales o se talan los árboles.
“Hay que trabajar en ambos extremos: oferta y demanda”, resume.
“Si nadie quiere comprar algo, no tiene sentido cogerlo en primer lugar, pero, igualmente, si sólo interceptas el producto en el mercado, has logrado interrumpir el tráfico pero el animal ya está muerto y no has logrado proteger a la especie en su hábitat”, explica.
Scanlon cuenta que la demanda de estas especies amenazadas es global y va desde el uso medicinal del cuerno de rinoceronte en Asia al consumo de carne de tiburón en Europa.
Una demanda sobre la que se puede influir, tanto con legislación como con educación.
Por ejemplo, hasta el 2007 el tráfico de cuernos de rinoceronte se hundió, porque en China se restringió su uso en la medicina tradicional y se empezó a sustituir por cuerno de búfalo.
En Vietnam, donde el cuerno era muy demandado en medicina, se han llevado a cabo campañas educativas que desmienten esas propiedades curativas y explicar el reguero de corrupción, pobreza y muerte que deja el tráfico ilegal.
Sin embargo, en los últimos años, la caza de rinocerontes se ha disparado por usos nuevos como la moda de regalar sus cuernos o usarlo como tratamiento para la resaca.
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